El día que me dejaron plantada en el altar, pensé que
moriría. Tantos años habían pasado para
finalmente llegar a este día, y que el maldito bastardo no se presentara.
Humillada, destrozada, me cerré a la vida a llorar mi desgracia.
Días después, con el vestido raído y sucio, con la cara
manchada y el cuerpo que demandaba alimento, llegó el consuelo. – Por eso nunca hay que darlo todo-, me dijo
– ellos siempre encontrarán la manera de destrozarte-
Ella lo sabía bien.
Aunque no habíamos pasado por la misma experiencia, ella era una
fortaleza impenetrable, no había hombre que pudiera llegar a su corazón. Sus experiencias tempranas con el amor la
hicieron asi, no la culpo, yo también contribuí.
Enséñame –le pedí- enséñame a ser como tu, no quiero volver
a sufrir- Ella se rió de mi, pero el rencor que albergaba la convenció, y poco
a poco aprendí a obtener lo que quiero sin que esperen algo de mi.
Es una fachada, ahora lo se.
Un mecanismo de defensa que tal vez nunca se pueda disolver. Pero mientras nos tengamos una a la otra, ya
nada nos podrá sorprender.
Elisa y Candy, un dúo fatal, quien diría que algún día
llegaría a pasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario