martes, 25 de junio de 2013

De las rosas



De los pétalos manaban

Perfumes que embriagaban

Tus manos las cultivaban

Y con amor las regalabas



Mal fuera el día

Que su espina te clavarías

Y que en un gemido

La vida te arrebataría



Porque así son las rosas

Traicioneras y hermosas

Y con los jardineros

Se portan desdeñosas.



Pero cada vez que las miro

Se me escapa un suspiro

Porque en ellas percibo

Tu recuerdo aun vivo

jueves, 20 de junio de 2013

Cierra los ojos





El atardecer caía sobre la lúgubre y solitaria casa, los árboles asemejan grandes guardianes apostados alrededor de la propiedad, como resguardando un tesoro al que nunca nadie ha de llegar, las hojas que caen se arremolinan entre si buscando su mutua compañía antes de finalmente sucumbir a su inevitable desintegración y muerte; como todo ser que vive, así también debe morir.  La naturaleza impone y acepta esta ley sin reclamos, es parte de un ciclo, uno que lleva a algo nuevo y mejor, por que entonces no podemos aprender de ella y simplemente aceptar…

Aquella casa una vez tuvo tanta vida, opulencia, excesos, banalidades, supuesta felicidad, hoy ya no quedan huellas de lo que una vez fue la majestuosa Lakewood, los jardines que con tanto ahínco se mantenían dentro de los limites de la propiedad parecieron tomar su libertad después de tanto tiempo y apoderarse del espacio que tantas veces les fue negado al querer subir unas ramas por las paredes y ventanas, hoy por fin ganaron su batalla y viven dentro, invadiendo todos los espacios que encuentran a su paso, llenando de hojas y musgo pisos de mármol y columnas de marfil, a todos los lugares han llegado, todos, excepto uno.

Al fondo de la mansión se encuentra una habitación con la puerta cerrada, ha permanecido así durante años,  aquellos valientes que buscaban un poco de aventura y misterio y se adentraban en la propiedad nunca se atrevieron a abrirla pues decían que allí vivía una bruja.  Los niños del pueblo habían crecido escuchando las historias de la mansión fantasma, se decía que un día, después de la Gran Guerra todos habían desaparecido y nadie sabía por que.  Solamente había quedado una señora vieja, tan solitaria y tan amarga como la hiel; sin embargo, nadie nunca la vio entrar ni salir de allí.

Dentro de esa habitación pareciera que el tiempo no ha pasado.  En sus paredes están colgados los cuadros de los que una vez habitaron la mansión, cada cuadro en el orden en que los allí pintados fueron encontrando su final en este mundo y pasaron a uno mejor, o peor, quien sabe.  El joven Anthony, con tan trágico final,  encabeza la exposición, seguido de Stear, quien con tan estupido fin logro sembrar la inspiración en Candy para también enrolarse en la guerra y tampoco volver.  Albert, en su desesperación por encontrar a su protegida, gasto la fortuna entera de la familia, llevándolo hasta la locura y finalmente quitarse su propia vida en esta misma habitación.  Archie trato de sacar adelante la empresa, pero la ambición de Neal lo hizo encontrarse en el momento y lugar equivocados, siendo victima de supuestos maleantes que simplemente querían robarle.  Pero Neal también pago por ese encargo, al involucrar dinero de mafia en la compañía y no poder pagarlo de vuelta; jamás se supo en donde quedo su cuerpo. Elisa y Sarah habían decidido rehacer su vida en Florida, pero el tren en el que viajaban no llego a su destino.  Nunca nadie supo de estas noticias, hubo quien se encargara de encubrirlas para mantener las apariencias, pero a la muerte también le gusta ser notada y cuando se le ignora…

Al ver que su familia iba desapareciendo, a la tía abuela Elroy no le quedo mas que encerrarse en esa habitación a esperar que la muerte viniera por ella.  Sola, arruinada, sin amigos, sin familia, ya no había nada más por que vivir, pero la dichosa muerte no se apiadaba de ella, y nunca la vino a recoger.  Sumida en su desdicha y amargura, juro quedarse allí plantada para nunca ver el tiempo pasar, y en esas cuatro paredes, con todos esos ojos vigilantes, Emilia Elroy vive, aferrada a los brazos del sillón que la sostiene, con la mirada fija en un punto vacío, esperando simplemente a que, algún día, finalmente llegue la muerte.