Amanece en la ciudad de los vientos, y la gente trabajadora
va llenando las calles de la ciudad con su apurado paso, queriendo llegar a la hora justa a su lugar de
labores, para cumplir el tiempo y ganarse así, el sustento para sus
hogares. Entre ese mar de gente que se
mueve como una sincronizada marea, va la señorita secretaria. Una mujer ya entrada en sus veintes, jovial,
alegre, pero muy profesional. Afortunada
le dicen las demás, por haber conseguido el puesto que tiene, aunque todos
saben que no ha sido solo por su buen aspecto, su eficiencia habla por si
sola. Se sabe que, donde labora, no es
cuestión sencilla, y su jefe suele tener fama de implacable, si tan solo
supieran…
Oh, si, la señorita secretaria ha caído en el típico caso de
enamoramiento del jefe, pero con el que tiene, es casi inevitable. Alto, rubio, de ojos azules, cuerpo atlético
y sonrisa sin igual, cualquiera caería rendida a sus pies. Y todas las mañana, la pequeña secretaria, se
apresura entre la gente para llegar temprano y así tenerle listo su café.
Ella no se hace ilusiones;
consciente de que es un amor imposible, no se deja llevar por
ensoñaciones, pero si disfruta de la compañía y los momentos frenéticos de
trabajo que pasan en el día a día.
Llegando a su escritorio, acomoda sus pertenencias, ordena
la papelería, enciende la cafetera, y hoy, calienta un bollo de canela que
sabe, son los favoritos de su jefe. Son
casi las 9 am, y la actividad comienza a bullir por todos los rincones del
edificio. El “ding” del elevador le hace
levantar la vista, y allí esta, con su gallardo porte, su traje de corte
perfecto, el cabello ligeramente mas largo de lo que usan los demás caballeros,
dándole ese toque sensual y juvenil, y la sonrisa… esa que quita aliento a
todas las demás secretarias, es aquí donde ella levanta el pecho y se llena de
orgullo, “es mi jefe”, piensa para sus adentros, y sonriéndole de vuelta, se va
tras el, a ajustar la agenda para el día.
Las horas pasan entre idas y venidas, llamadas y mensajes,
visitas y reuniones, una jornada normal, hasta que llega la alteración. Nuevamente el “ding” del ascensor la pone el
alerta, esta vez quien se acerca es una mujer delgada, respingada, bella a
morir, la afamada señora Andley. A su paso va deslumbrando, ahora a los
caballeros, con su sonrisa, su caminar, sus ademanes de mujer adinerada y a la
vez sencilla, eso es lo que la hace tan atractiva.
En los años que lleva de trabajar en la compañía, han sido pocas las palabras que han
intercambiado, aunque siempre en tono amable, ella ha sabido marcar la
distancia, porque entre dos esposos que se juntan en la oficina, la secretaria esta de mas.
El inconfundible perfume a rosas le indica que la señora
Andley esta ahora parada frente a su escritorio, con su mejor sonrisa, ella se
levanta a anunciarla a su jefe, es una
visita no programada, por lo que debe avisar.
Toca la puerta y entra lentamente a la oficina, - Señor Andley, su esposa esta aquí – le
dice, el levanta la vista y sonríe, pero al escuchar el anuncio, aunque
mantienen la sonrisa, la mirada se entristece – Hazla pasar, pero a la sala de
conferencias- le responde, lo que hace que ella se pregunte, si ya se ha
enterado, que su esposa lo engaña.
Regresa con la señora Andley, le indica el camino y el
intercambio de miradas entre las dos mujeres dice mas que cualquier
palabra. Días atrás, en otro lugar, sus
miradas se habían cruzado ya, mientras
la señora Andley iba en modo romántico y clandestino con aquel otro afamado
actor. Esta vez, la mirada llevaba una
advertencia, una que ella supo muy bien interpretar, ella jamás diría nada,
porque al final, ella es solo la secretaria.
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