lunes, 17 de febrero de 2014

Solo la secretaria



Amanece en la ciudad de los vientos, y la gente trabajadora va llenando las calles de la ciudad con su apurado paso,  queriendo llegar a la hora justa a su lugar de labores, para cumplir el tiempo y ganarse así, el sustento para sus hogares.  Entre ese mar de gente que se mueve como una sincronizada marea, va la señorita secretaria.  Una mujer ya entrada en sus veintes, jovial, alegre, pero muy profesional.  Afortunada le dicen las demás, por haber conseguido el puesto que tiene, aunque todos saben que no ha sido solo por su buen aspecto, su eficiencia habla por si sola.  Se sabe que, donde labora, no es cuestión sencilla, y su jefe suele tener fama de implacable, si tan solo supieran…

Oh, si, la señorita secretaria ha caído en el típico caso de enamoramiento del jefe, pero con el que tiene, es casi inevitable.  Alto, rubio, de ojos azules, cuerpo atlético y sonrisa sin igual, cualquiera caería rendida a sus pies.  Y todas las mañana, la pequeña secretaria, se apresura entre la gente para llegar temprano y así tenerle listo su café.

Ella no se hace ilusiones;  consciente de que es un amor imposible, no se deja llevar por ensoñaciones, pero si disfruta de la compañía y los momentos frenéticos de trabajo que pasan en el día a día. 

Llegando a su escritorio, acomoda sus pertenencias, ordena la papelería, enciende la cafetera, y hoy, calienta un bollo de canela que sabe, son los favoritos de su jefe.  Son casi las 9 am, y la actividad comienza a bullir por todos los rincones del edificio.  El “ding” del elevador le hace levantar la vista, y allí esta, con su gallardo porte, su traje de corte perfecto, el cabello ligeramente mas largo de lo que usan los demás caballeros, dándole ese toque sensual y juvenil, y la sonrisa… esa que quita aliento a todas las demás secretarias, es aquí donde ella levanta el pecho y se llena de orgullo, “es mi jefe”, piensa para sus adentros, y sonriéndole de vuelta, se va tras el, a ajustar la agenda para el día.

Las horas pasan entre idas y venidas, llamadas y mensajes, visitas y reuniones, una jornada normal, hasta que llega la alteración.  Nuevamente el “ding” del ascensor la pone el alerta, esta vez quien se acerca es una mujer delgada, respingada, bella a morir, la afamada señora Andley. A su paso va deslumbrando, ahora a los caballeros, con su sonrisa, su caminar, sus ademanes de mujer adinerada y a la vez sencilla, eso es lo que la hace tan atractiva.

En los años que lleva de trabajar en la compañía,  han sido pocas las palabras que han intercambiado, aunque siempre en tono amable, ella ha sabido marcar la distancia, porque entre dos esposos que se juntan en la oficina,  la secretaria esta de mas. 

El inconfundible perfume a rosas le indica que la señora Andley esta ahora parada frente a su escritorio, con su mejor sonrisa, ella se levanta a anunciarla a su jefe,  es una visita no programada, por lo que debe avisar.  Toca la puerta y entra lentamente a la oficina,  - Señor Andley, su esposa esta aquí – le dice, el levanta la vista y sonríe, pero al escuchar el anuncio, aunque mantienen la sonrisa, la mirada se entristece – Hazla pasar, pero a la sala de conferencias- le responde, lo que hace que ella se pregunte, si ya se ha enterado, que su esposa lo engaña.

Regresa con la señora Andley, le indica el camino y el intercambio de miradas entre las dos mujeres dice mas que cualquier palabra.  Días atrás, en otro lugar, sus miradas se habían cruzado ya,  mientras la señora Andley iba en modo romántico y clandestino con aquel otro afamado actor.  Esta vez, la mirada llevaba una advertencia, una que ella supo muy bien interpretar, ella jamás diría nada, porque al final, ella es solo la secretaria.

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