Por Mysha
La venda que cubre sus ojos no le permite ver en dónde está.
Atado de manos y pies a una fría silla de metal, respira agitadamente, no
recuerda, no puede pensar.
Escucha pasos, se pone alerta, una silla es arrastrada hacia
él, le acarician el pelo, descubren sus ojos, la ve, es hermosa, pero su mirada
es peligrosa, no la conoce, no la conoce… ¿o si?
-
“Al fin has regresado a mi”- le dice con
seductora voz, no puede controlar su respiración, intenta hablar, su garganta
está cerrada, su lengua hinchada, no puede, se desespera, indefenso, llora.
-
“oh, vamos”- dice – “no puede ser tan
malo”- él no entiende, no comprende, por
qué a él, por qué.
La observa, hay algo en ella que resulta familiar, un fugaz
recuerdo, una memoria perdida muchos años atrás. Vivía en un barrio de mediana
clase, aunque su familia era mas acomodada que los demás. Su padre decía que era para que ellos no
olvidaran que hay personas menos afortunadas.
Los vecinos eran unas de esas personas. Su casa se destartalaba, los gritos sonaban y
sonaban, el llanto no cesaba.
Una niña triste y solitaria, unos cuántos años más pequeña
que él, se paseaba en el porche enmohecido, nunca reía, no había luz en su
vida. Cruzaban miradas, él las rehuía,
no podía verla, no quería.
El tiempo pasa, ellos crecían, y el momento de abandonar el
nido pronto llegaría. En los últimos
días de estancia en su hogar, salió a la calle para poder recordar. El se iba, su familia también, nunca mas
regresaría a aquel lugar. Alli estaba la
niña, casi una pequeña mujer, cruzaron miradas, y fue la única vez que le
dedicó una sonrisa, una despedida pensó él, el desencadenante de la obsesión
para ella.
-
“Cuéntame cómo era yo en aquel entonces”- ella
le pide, el sudor corre por su frente, sabe que no podrá responder, niega con
la cabeza, aprieta los ojos para limpiar las lágrimas y al abrirlos, lo ve,
pero es tarde para esquivar. El ardor
que ha provocado el latigazo que ha recibido en la cara es algo que jamás había
experimentado. El estupor, el pánico, se apoderan de su ser, esta sangrando, lo
puede oler.
-
“¡Di mi nombre!”- demanda, con furia, con hiel. Lo
piensa, lo trata de recordar, no lo sabe, nunca quiso preguntar.
“Tu me sonreíste, y esa fue tu condena. No te preocupes, ya tengo práctica.”
Y ese fue el fin de aquel chico que no quiso saber qué había
más allá de su hermoso hogar.