lunes, 16 de marzo de 2015

Di mi nombre


                       Por Mysha


La venda que cubre sus ojos no le permite ver en dónde está. Atado de manos y pies a una fría silla de metal, respira agitadamente, no recuerda, no puede pensar.
Escucha pasos, se pone alerta, una silla es arrastrada hacia él, le acarician el pelo, descubren sus ojos, la ve, es hermosa, pero su mirada es peligrosa, no la conoce, no la conoce… ¿o si?

-       “Al fin has regresado a mi”- le dice con seductora voz, no puede controlar su respiración, intenta hablar, su garganta está cerrada, su lengua hinchada, no puede, se desespera, indefenso, llora.
-       “oh, vamos”- dice – “no puede ser tan malo”-  él no entiende, no comprende, por qué a él, por qué.

La observa, hay algo en ella que resulta familiar, un fugaz recuerdo, una memoria perdida muchos años atrás. Vivía en un barrio de mediana clase, aunque su familia era mas acomodada que los demás.  Su padre decía que era para que ellos no olvidaran que hay personas menos afortunadas.  Los vecinos eran unas de esas personas.  Su casa se destartalaba, los gritos sonaban y sonaban, el llanto no cesaba.
Una niña triste y solitaria, unos cuántos años más pequeña que él, se paseaba en el porche enmohecido, nunca reía, no había luz en su vida.  Cruzaban miradas, él las rehuía, no podía verla, no quería.
El tiempo pasa, ellos crecían, y el momento de abandonar el nido pronto llegaría.  En los últimos días de estancia en su hogar, salió a la calle para poder recordar.  El se iba, su familia también, nunca mas regresaría a aquel lugar.  Alli estaba la niña, casi una pequeña mujer, cruzaron miradas, y fue la única vez que le dedicó una sonrisa, una despedida pensó él, el desencadenante de la obsesión para ella.

-       “Cuéntame cómo era yo en aquel entonces”- ella le pide, el sudor corre por su frente, sabe que no podrá responder, niega con la cabeza, aprieta los ojos para limpiar las lágrimas y al abrirlos, lo ve, pero es tarde para esquivar.  El ardor que ha provocado el latigazo que ha recibido en la cara es algo que jamás había experimentado. El estupor, el pánico, se apoderan de su ser, esta sangrando, lo puede oler.
-       “¡Di mi nombre!”- demanda, con furia, con hiel. Lo piensa, lo trata de recordar, no lo sabe, nunca quiso preguntar.

“Tu me sonreíste, y esa fue tu condena.  No te preocupes, ya tengo práctica.”


Y ese fue el fin de aquel chico que no quiso saber qué había más allá de su hermoso hogar.

El paredón


Aqui no hay distinción entre la vida y la muerte.
Ya no se sabe quien es amigo o enemigo.
Matamos o nos dejamos matar, salir de este páramo ya no es una realidad.
Me tiro al suelo y trato de divisar alguna nube con forma que me haga soñar, como cuando éramos niños y podíamos imaginar que volábamos entre ellas para el cielo tocar.
Siento unas manos bajo mis brazos, me levantan a la fuerza, quiero llorar.
A rastras me llevan hasta ese lugar, donde miles han muerto ya.
Prisionero de guerra me dirán, no llegué a ser hombre, ya no podré ni intentar.
Vista al paredón, apunten, carguen... Adiós.

Páginas blancas

Como una Tierra sin luna,
Como un océano sin sal,
Como una concha vacía
enterrada en la blancas arenas
de la orilla del vasto mar.

Como una manzana sin sabor,
Como un corazón sin latir,
Como un libro lleno de páginas blancas
Que al final nadie pudo escribir.

Ese es el sentir
Que me deja verte partir
Hacia ese mundo desconocido
Al que yo no puedo ir.

Y te digo adiós, sin rencores, sin temor,

Sin ver atrás, hasta el día en que nos volvamos a encontrar.